– Buenas, quería ver a Aurelio.
– Pues tendrá que ir a la viña. Yo le indico el camino, mire…
Más o menos este puede ser el diálogo que puedes mantener de inicio si llegas a San Andrés de Montejos buscando al alma mater de este proyecto tan personal y único. Porque Aurelio Feo vive para la viña. Es consciente de que el vino se empieza a hacer en una mañana de enero en el momento en que la tijera de podar elige el pulgar que va a dar la mejor uva. Desde entonces, todo es un proceso de mimo que le hace recorrer decenas de veces el mismo vallado (o gavia) de cepas buscando la vara traviesa que hay que atar o cortar, el racimo de más que hay que eliminar, la hoja que avanza una posible enfermedad, el envero que anticipa una cosecha singular, la planta que hay que recuperar o injertar, el papel que ha traído el viento de otra finca menos limpia, el nido de pájaros que en las lindes cierra el ciclo de la vida…
El vino que olemos y apuramos en un minuto tiene una historia que nace nueve meses antes de la fecha de la cosecha que está impresa en la etiqueta. O más, porque las cepas que Aurelio cultiva con paciencia de japonés con sus bonsáis, son fruto de más de cien años de vida, con sus calamidades y sus años buenos, con sudores antiguos que han cimentado una trayectoria familiar que hacen, sí, al final de todo, un vino único.
El vino es enología y bodega, claro que sí, pero la base está en la viña, por eso Aurelio se llena de humildad y se declara viticultor. Un viticultor que hace un vino fantástico porque la materia prima ha salido de su alma. Cuando bebas un Buencomiezo o un Cruz de San Andrés, sabrás de qué te hablamos. Disfrútalo con el respeto a cinco generaciones que han trabajado el mismo terroir y la moderación que se le supone a la gente sabia.